Para lxs amigxs que no me dieron el trabajo sobre "Tema del traidor y del héroe" y quieren evitar que su nota de diagnóstico sea un desagradable uno, pueden hacer este trabajo de recuperación. Lean este cuento ("Animalia") y respondan estas preguntas: 1) ¿Cuál es la función de la Literatura en el relato? (Me refiero a la novela que introducen en la red social); 2) ¿Quién es Svenson y cuál era su intención original?; 3) Relacionar la función que tiene el lenguaje en el texto con todo lo que se comentó en clase acerca del tema durante estas semanas; 4) Hacer el siguiente ejercicio de escritura (breve): tienen dos opciones. Una es reescribir el final del cuento; es decir, escribir un final alternativo. La otra es escribir un breve relato propio que se trate acerca de una red social inventada (como en el caso del cuento, que trata sobre una red social de ciencia ficción).
El cuento está acá http://unaliteraturamenor.blogspot.com.ar/2017/03/animlia.html
martes, 18 de abril de 2017
lunes, 27 de marzo de 2017
Artículo de Página 12
RESISTENCIAS
Todas putas
Hoy, a partir
de las 18 horas, en el Obelisco empieza la edición argentina de la Marcha de
las Putas, con réplicas simultáneas en Rosario y Mar del Plata. En muy pocos
meses, la acción logró levantar la suficiente polvareda para que se
multipliquen las voces de la diversidad feminista. Desde el 24 de enero, día en
que un policía canadiense dijo que las mujeres teníamos que dejar de vestirnos
como putas si queríamos evitar los ataques sexuales hasta hoy, miles de voces,
cuerpos y sexualidades se sumaron a esta convocatoria que ya pasó por Alemania,
México, Brasil, Sudáfrica, Nicaragua, Australia e Inglaterra, entre otros
países. Una experiencia riquísima impulsada por jóvenes feministas y otras que
desde afuera del colectivo entendieron la importancia de reapropiarse de la
palabra puta para llevarla tan alto y lejos donde nadie pueda tocarla (ni
tocarnos).
El 24 de enero fue un clásico día blanco y helado
del invierno de Toronto. Epoca en la que mucha gente tiene que salir con pala
en mano para sacar la nieve acumulada en la puerta de su casa, otros llevan la
herramienta en el auto para evitar quedarse atrapados en el camino y todos usan
esos supertrajes primermundistas para soportar las temperaturas bajo cero.
Caminan en orden, son gente disciplinada, no llegan tarde. En ese sabor a hielo
seco, cortante, no mucho más que la piel de la cara y las manos se veían en el
auditorio del Osgoode Hall Law School, una universidad de 121 años donde los
jóvenes entran después del colegio y salen abogados y abogadas.
Esa mañana, el oficial
Michael Sanguinetti y un compañero de él, más callado o más prudente, de la
División 31 de la policía canadiense, dieron una conferencia en Osgoode. Fueron
pocos los que se acercaron al auditorio para escuchar los consejos sobre
seguridad, solicitados por las autoridades debido a que los asaltos sexuales,
el acoso y las violaciones se multiplicaban en los campus. Sanguinetti dijo:
“Yo no debería decirles esto, pero las mujeres tendrían que evitar vestirse
como putas si no quieren ser violadas”. Nadie se levantó del auditorio, pero
las palabras de Sanguineti tuvieron un efecto gong capaz de penetrar en los
huesos y neuronas de miles de personas. De esos pocos que lo vieron en vivo,
las redes sociales hicieron su trabajo y el papelón policial llegó a la prensa.
Enseguida vinieron las disculpas. “Fui imprudente, me disculpo con las víctimas
a las que sólo agregué dolor”, bla bla, escribió Sanguinetti en un mail.
Tarde: la Marcha de las
Putas ya había empezado a rodar.
La primera fue el 4 de
abril en Sackville, Canadá. Enseguida se replicó en Londres, Ottawa, Vancouver
y Montreal. El facebook original (www.facebook.com/SlutWalkToronto) recoge la experiencia desde el día cero y se convirtió en un foro
mundial que da cuenta de las marchas en todo el mundo. Allí se suben las fotos,
se comparten experiencias en primera persona, se pueden ver videos con
testimonios de mujeres violadas, instructivos sobre cómo armar la marcha en tu
ciudad, miles de ideas donde el “Slut Pride” o “Pute Pride” (algo así como
“orgullo de ser puta” en inglés o francés y retomando el “Gay Pride” que dio
origen a la conocida Marcha del Orgullo Gay en todo el planeta) se amplifica en
miles de espejos: prendedores, carteles, grafitis, remeras y el propio cuerpo,
de jóvenes, viejas y algunos varones, tomando una forma más condensada en el
lema que atravesó todos los encuentros: “No means No” (“No significa No”), que
además funciona como un impresionante unificador de grupos de los cinco
continentes que informan sobre estadísticas (48 violaciones por hora en el
Congo, por nombrar un ejemplo), trabajos académicos sobre la conveniencia
hegemónica de poner el peso de la culpa sobre el cuerpo y la actitud de las
mujeres y poderosos análisis sobre la arrasadora mayoría de modelos masculinos
impolutos y brillantes en los relatos de ficción (“¿Por qué Star Wars teme a
las mujeres? Leia es la única que no es prostituta, pero incluso ella es un
terrible estereotipo femenino”, dice uno de ellos). Incluso hay grupos SCAM
(grupos falsos), como el SlutWalk Teheran, con la promesa de una marcha en 2012
en la capital iraní donde se suman insultos a la organización y se boicotea con
información errónea. Pero en todos está presente el debate sobre la idea, los
pros y los contras, las voces a favor y las no tanto de llamarnos putas a
nosotras mismas, con toda la carga peyorativa, degradante y disciplinadora que
lleva la palabra sobre sus letras. En todas las marchas la arenga implicó
también apropiarse del término con todo lo que hay en él de temible: colores,
texturas, escotes, cortos de pollera y la escritura en el cuerpo, tan propia
del asalto sexual y los femicidios que “marcan” la piel de la víctima, le
imponen un sello, un “hasta acá llegaste muchacha”. “Todas Putas” se escribió
en la panza una adolescente de Puebla, México. En España a los portaligas
sumaron los burkas, las coronas de espinas, los hábitos de monja y se hizo un
simulacro de hoguera; puestas en acto de todas las mujeres, las presentes, las
históricas y las que no pueden expresarse.
Para Heather Jarvis, una de
las fundadores de la Slut Walk en Canadá, la cuestión es hablar de la cultura
de violación. “Se ataca a las mujeres, se las marca, quema, penetra por la
fuerza y luego se las juzga (porque la violación no termina en el hecho en sí
sino que se extiende al aparato legal y social que lo continúa) debido a un
potente engranaje que nos inculca que allí está nuestro cuerpo, disponible para
ser penetrado. Hay una operación inconsciente que desmiente de alguna manera
aquello de que “si vas vestida de puta te la estás buscando” y que tiene que
ver con que, en definitiva, todas estamos en la mira. Así que reivindicamos la
vestimenta pero sobre todo queremos alertar sobre estos cuerpos, los nuestros,
y que la lupa ensanche la mirada allí donde debe estar: en los violadores y en
la mentalidad sociocultural que los habilita”, explicó a principios de abril.
EL LENGUAJE ES LA CASA DEL SER
Las opiniones en la aldea
local se sucedieron en las últimas semanas. Debate que no escapa al que se dio
en otros países, pero veamos lo que ocurrió acá. La diputada feminista Diana
Maffía aclara que va a hacer todo lo posible por estar presente, que adhiere a
sus objetivos y consignas porque éstas implican un cambio cultural, que si bien
es lento debe motorizarse con acciones concretas. Sin embargo, encuentra
problemas en apelar a la palabra puta. “Mi única objeción es la de adoptar el
nombre que la marcha tiene internacionalmente, porque es un nombre que estuvo
basado en una circunstancia y que apela a una palabra muy denigrante, y que
desde mi punto de vista establece una ficción sobre las personas que
verdaderamente ejercen la prostitución. Dialogando con compañeras a través de
la red RIMA (Red Informática de Mujeres de Argentina), ellas me hicieron ver la
relevancia que esta palabra tiene en la vida cotidiana, sobre todo para las
mujeres jóvenes, porque se aplica a cualquier mujer que se salga de los
estereotipos o de las expectativas masculinas. Sin embargo, consulté con varios
hombres y su primera reacción fue “vamos a ir a mirar”, eso es lo que me hizo
ruido desde el primer momento: ¿a quién queremos interpelar? ¿De qué manera? Es
una campaña que va a tener que sostenerse mucho en el tiempo, y éstas son
disquisiciones refinadas para seguir teniendo en el movimiento de mujeres, pero
para eso va a ser muy importante ver el efecto de la marcha. De esa manera
vamos a poder analizar mejor si usamos las herramientas adecuadas”, explica. La
feminista queer Mabel Bellucci participó del debate mencionado por Maffía en
RIMA y propuso hacer acciones diferentes en la misma marcha para quienes se
sientan incómodas con la consigna de usar la vestimenta como herramienta de
provocación. Pero empezó sus correos reivindicando la “putez” como condición de
todas. “Yo soy puta, trola, chonga, trava, madre, vecina, propietaria,
ensayista, torta, hija y demás yerbas” escribió en un mail, y aclaró a Las 12:
“Mi malestar con las posiciones que surgió al calor del debate tiene que ver
con el aburguesamiento del enfoque: ese discurso clasemediero de ‘cuidado, no
me confundan’. Quizás, yo estiré un poco mi provocación, reconozco. El 5 de
agosto el Grupo de Estudios sobre Sexualidades (GES)-Gino Germani organizó una
mesa sobre Explotación y Trabajo sexual con el tema de la prohibición del rubro
59. Intervinieron las dos agrupaciones Ammar y sus referentes se opusieron a
autodenominarse ‘putas’, pero tampoco se rasgaron las vestiduras. Y lo entiendo
perfectamente. Estas mujeres viven en carne propia la exclusión y la
desigualdad. No es lo mismo que diga yo ‘Me siento y soy puta’ a que lo diga
una de ellas que experimentaron vivir y trabajar como putas. Sin embargo nadie
allí sostuvo una figura de víctima, todo lo contrario. Para mí es una categoría
de la que tenemos que apropiarnos, como otras tantas justamente porque todo el
tiempo nos han estigmatizado desde el régimen heterosexual. Con determinadas
corrientes feministas, los cuerpos aún permanecen en el closet. Las políticas
neoliberales lograron instalar la data cuantitativa, el discurso tecnocrático y
del relato en primera persona pasó a tercera: ‘son ellas, no nosotras’. Carla
Lonzi y su grupo Rivolta Femminile, en los setenta, clamaba ‘Mi vientre me
pertenece’. Entonces no sólo el cuerpo está en el closet, también el deseo, el
placer, la resistencia y las ganas de explorar. Por ello, esta marcha interpela
de diversas maneras: interpela a muchas como activistas y a otras como
mujeres”, dice Bellucci, pero coincide en que sólo la experiencia va a
determinar la verdadera dimensión del acontecimiento, sirviendo las otras
marchas del mundo y tal vez las de Latinoamérica por hallarse más cerca de
nuestra coyuntura, como faro para pensar en las repercusiones.
Pamela Querejeta Leiva, una
de las organizadoras, menciona el debate donde otras mujeres sugirieron nombres
como “La marcha de las necesitadas de protección” o “La marcha de los mil
maridos”. “Deberíamos ampliar el intercambio y no crear grupos a favor o en
contra, sino más bien un ámbito en donde podamos discutir qué es lo que nos
pasa como sociedad, qué les pasa a las mujeres de todas las edades y cómo
podríamos coordinar tareas para seguir militando por la igualdad. Nosotras
adoptamos el mismo nombre que tuvo la marcha en todos los países en los que se
realizó. Si le pusiéramos otro, otra sería la marcha. Ahora bien, lo hacemos
porque esa palabra tiene un significado no sólo para quienes decidimos
organizar la marcha, sino para quienes adhieren y para quienes no. Hoy llamar a
alguien ‘puta’ es sinónimo de prostituta. Una ‘puta’ hacia el común de la
sociedad es quien se viste con pollera corta, tal vez se platina el pelo, usa
escote, se maquilla y se pone unas botas altas. Para nosotras, es una persona
que quiere verse bien y hace un libre uso de su sexualidad. Es una mujer que
puede ser universitaria y tener los mejores promedios, sin embargo en ese
imaginario social, sólo es una mujer que por verse así merece ser
menospreciada. Si decidimos vernos así, nadie debería usar la palabra ‘puta’
para insultarnos, mucho menos si decidiéramos por propia voluntad ejercer la
prostitución. Esto es para todas las mujeres. Quitarle la connotación negativa
es apartarle toda negatividad y violencia. Mientras deje de tener el efecto
ofensivo, dejará de ser usada despectivamente”, explica y destaca que nadie
tiene que quedar afuera de la convocatoria, sino que cada cual puede intervenir
como quiera. Rescata en este sentido la experiencia a la que convocó la
organización el martes pasado, donde se reunieron a estampar telas, cartones y
papeles con el “No es No”. La artista Mariela Scafati, parte del movimiento
“Serigrafistas queer”, estuvo en la movida: “Muchas no nos conocíamos, algunas
llegaron solas a estampar su remera y todo el tiempo se habló de las consignas.
Había mujeres de todas las edades, autoconvocadas y de agrupaciones que van a
participar desde sus militancias particulares. Fue muy interesante, mientras
hacíamos las serigrafías, debatir sobre lo que nos pasa y lo que va a pasar.
Por la experiencia de afuera, es todo ganancia, visibilidad, agite y fuerza
femenina. No puede salir mal”, dice entusiasmada por el intercambio previo, una
suerte de ensayo de lo que va a pasar en la marcha que cargó las pilas para los
últimos días.
APROPIARSE DEL INSULTO
Paula Maffia, música de 28 años, dice: “Coincido en que la
reivindicación ha sido uno de los estandartes de todas las minorías desde
siempre. Transformar el insulto en un apelativo de la pequeña comunidad es algo
que desde los niggers a las putas, desde las locas, maricas y tortas a los
villeros nos ha ido fortaleciendo. Resignificar una palabra es fundamental para
resignificar nuestra realidad. Entiendo que ésta es la búsqueda del artista:
transformar en obra la desdicha, transformar en beso el grito, transformar el sueño
en realidad. Esto me lleva a una pequeña anécdota de dudosa moraleja: me
acuerdo la primera vez que trabajé en un grupo de estudio feminista, hace cinco
o seis años. Todas feministas old school. Estaban preocupadísimas por buscar un
discurso inclusivo y discutían si era mejor la arroba o la equis o la letra e,
que es tan amable como el color verde en los bebés. Yo les pregunté qué pasaba
con una consigna como “el Hombre ha poblado la Tierra desde hace 500.000 años”.
Siendo estudiante de antropología, es algo que leo y repito muy seguido. Ellas
me dijeron que lo correcto sería decir “el hombre y la mujer” y yo les dije “¿y
qué hay de los intersexuales?”. Acto seguido me metí en problemas y generé
revuelo cuando les confesé que yo nunca me había sentido excluida de la
consigna “el hombre”. Mientras yo deseara incluirme en el significado, el
significante no me iba a poder dejar afuera. Obviamente, esto les pareció una
traición, pero lo que yo quería explicar es que, considero, hay que pensar
estrategias a corto y también a largo plazo. Cambiar el significante es algo
que depende de modas y es fluctuante, es efectista pero no efectivo. Tenemos
que empezar a cambiar el significado para que las próximas generaciones se
sientan incluidas, o “incluides” si te gusta más. Esta anécdota se funda en el
hecho de que yo fui contenida por décadas de lucha y pensamiento”, aclara y
explica que su trabajo consiste en llevar a la cotidianidad y a cada una de sus
canciones su manera de pensar y de sentir. Para ella, ser honesta y franca con
su sexualidad, su pensamiento político, sus ideas, sentimientos y creencias es
tan importante y educador como participar de debates, actos, foros, marchas y
congresos.
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